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El gesto de escribir

(Conjunto de microtextos que escribí, hace meses, cuando se estrenó la película):

1) Aunque sea un aspecto circunstancial de la película, como dice Beatriz Maldivia en Blog de Cine, el análisis que hace Sinister del oficio de escritor es brillante. Por crudo. Sin saberlo, Ethan Hawke se dejará engullir por su propia ambición. Tan a fondo quiere llegar para escribir su nuevo libro (que es, por otra parte, el clavo ardiendo al que se aferra para no despedirse para siempre del mundillo literario), que deja de lado los sufrimientos de su familia. Vemos, pues, que cuando se interpone algo entre la mirada obsesiva, autodestructiva, del artista, y lo que le rodea, nada puede hacerse para evitar que lo primero sea lo primero: su obra. Mal hecho.

2) Se superponen los dos planos de la realidad en los que juega la película. Scott Derrickson ha dejado de lado el terror religioso de El exorcismo de Emily Rose, pero solo tímidamente. Hay manifestaciones –siempre macabras- de la realidad sobrenatural en la realidad familiar, cotidiana, de la casa. Esas manifestaciones, junto con la atmósfera lúgubre y claustrofóbica, diezmarán la voluntad del escritor. Y más. 

3) Desde los años noventa, con sagas tipo Scream, Sé lo que hicisteis el último verano o Leyenda urbana, parece que el cine de terror tiene que cumplir un requisito mínimo indispensable para ser considerado como tal: servir una buena ración de sustos. Derrickson cumple. Esto, que no deja de ser un lugar común, no es lo único, sin embargo, que nos hace saltar de la butaca. Los efectos de sonido, la fotografía, la interpretación de Ethan Hawke: todo ello contribuye al acongoje del público de manera progresiva, pero por eso mismo más duradera, que los puntuales sustos de rigor. Contribuye a minar la valentía del espectador. De los tres puntos, el mejor, el más eficaz, es Ethan Hawke. Muchas veces, estando en el cine o solos en casa, lo que nos acojona del cine de terror funciona por simple mímesis. Tenemos miedo porque vemos que el protagonista tiene miedo. Nuestra reacción es siempre paralela a la suya. De ahí que una mala interpretación empobrezca la capacidad aterradora del género. Que no es el caso.


4) El mayor acierto, a mi juicio, son las grabaciones en Super 8. Grabaciones caseras más escalofriantes aún que las que veíamos en Asesinato en 8 milímetros o en Tesis. Maneras de matar nuevas, teñidas de un aura diabólico que no te abandonan al salir del cine. Perduran en ti esas imágenes. Perturbadoras imágenes que estructuran el relato.


5) Si la película acabara dos o tres minutos antes, mejor. Masticado y previsible, lo peor del final no es que sea solo eso, masticado y previsible, sino la cutre imagen del malo apareciendo de golpe, como si se despidiera de nosotros, en la ultimísima escena. Es ridículo. Jugando con la fotografía tenebrosa, con la atmósfera oscura de la película, con su sobria pero inquietante puesta en escena, hubiera sido mejor si, en lugar de mostrarnos un primer plano del malo –de Bughuul-, lo hubieran dejado entrever solamente. Dicho esto, el final supera con creces el final fallido de otra película de terror sobrenatural como es El terror de Amityville (Stuart Rosenberg, 1979), donde parece que sí, que algo está a punto de pasar, pero donde al final no pasa nada (de nada).

5b) Vemos ecos de El resplandor, de Kubrick. Pero también de Shock!, de Mario Bava.

Sinister arranca de cuajo toda esperanza y el último gesto del artista se convierte en el más irónico de su carrera.

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